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V Jornadas Internacionales de Psicoterapia de la Psicosis
CARTA AL SEÑOR LEGISLADOR DE LA LEY DE ESTUPEFACIENTES
Señor Legislador,
Señor Legislador de la ley de 1916, aceptada por el decreto de Julio de 1917 sobre estupefacientes, eres un cretino.
Tu ley no sirve más que para fastidiar la farmacia mundial sin beneficio para el nivel toxicómano de la nación
Porque
1º El nº de toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias es mínimo;
2º Los verdaderos toxicómanos no se aprovisionan en las farmacias;
3º Los toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias son TODOS enfermos;
4º El número de toxicómanos enfermos es mínimo comparado con el de toxicómanos por placer;
5º Las restricciones farmacéuticas de la droga no molestarán jamás a los toxicómanos voluptuosos y organizados;
6º Siempre habrá infractores;
7º Siempre habrá toxicómanos por vicio de forma, por pasión;
8º Los toxicómanos enfermos tienen sobre la sociedad un derecho imperecedero, que se les deje en paz.
Es, sobre todo, una cuestión de conciencia.
La ley de estupefacientes pone en manos del inspector-usurpador de la salud pública el derecho de disponer del dolor de los hombres; es una pretensión singular de la medicina moderna el querer dictar sus reglas a la conciencia de cada uno. Todos los balídos de la carta oficial no tienen poder de acción frente a este acto de conciencia: más aun que la muerte, yo soy el dueño de mi dolor. Todo hombre es juez, y juez exclusivo, de la cantidad de dolor físico, y de la vacuidad mental que pueda soportar honestamente.
Lucidez o inlucidez, hay una lucidez que ninguna enfermedad podrá quitarme, es la que me dicta el sentimiento de mi vida física. Y si yo he perdido mi lucidez, la medicina no tiene otra cosa que hacer más que darme las sustancias que me permiten recuperar el uso de esa lucidez.
Señores dictadores de la escuela farmacéutica de Francia, sois unos pedantes roñosos; hay una cosa que debería medir mejor: que el opio es esa imprescindible e imperiosa sustancia que devuelve a la vida de su alma a quienes tuvieron la desgracia de perderla.
Hay un mal contra el cual el opio es soberano, y ese mal se llama Angustia, en su forma mental, médica, psicológica, lógica o farmacéutica, como quieran.
La Angustia que hace locos.
La Angustia que hace suicidas.
La Angustia que hace condenados.
La Angustia que la medicina no conoce.
La angustia que vuestro doctor no comprende.
La Angustia que lesiona la vida.
La Angustia que rompe el cordón umbilical de la vida.
Por vuestra inicua ley ponéis en manos de personas irresponsables, cretinos en medicina, farmacéuticos cochinos, jueces fraudulentos, doctores, comadronas, inspectores-doctorales, el derecho a disponer de mi angustia que es tan aguda como las agujas de todas las brújulas del infierno.
Temblores del cuerpo o del alma, no existe sismógrafo humano que permita llegar a una evaluación de mi dolor con precisión, que aquella, fulminante, de mi espíritu.
Toda la azarosa ciencia de los hombres no es superior al conocimiento inmediato que puedo tener de mi ser: Yo soy el único juez de lo que está en mí.
Volved a vuestros graneros, médicos hediondos, y tú también, Señor Legislador Moutonnier, que no deliras por amor a los hombres, sino por tradición de imbecilidad. Tu ignorancia de lo que es un hombre, sólo es igual a tu estupidez al pretender limitarlo. Yo te deseo que tu ley recaiga sobre tu padre, tu madre, tu mujer y tus hijos, y toda tu posteridad. Y ahora me trago tu ley.
Antonin Artaud. “El pesa-nervios” Colección Visor de Poesía.
A MODO DE INTRODUCCIÓN
Mientras ordenaba y escribía las ideas y reflexiones que os quería contar, el título de la mesa me ayudó mucho para rescatar a Artaud y orientar la exposición.
Intervenciones psicoterapéuticas en situaciones extremas. De entrada, el título señala un campo de abordaje complicado, difícil, con escaso margen de maniobra, algunas veces, hasta imposible.
Me referiré del encuentro con sujetos que evidenciaban situaciones de extrema gravedad, por el consumo mortífero de drogas al que se habían abandonado y que por sí mismos no podían parar. Este, se hacía imprescindible detener por medio de un ingreso en una institución. La institución en sí era, en la gran mayoría de los casos, la que posibilitaba esto. Extremo también el sufrimiento psíquico que traían.
Malestar al darse cuenta de que aquella primera satisfacción, con el placer y sosiego conseguido con el uso de la sustancia, había quedado perdida para siempre dejando paso al malestar intolerable, el cual, por más que se repitiera el circuito de consumo con más y más dosis, no alcanzaba a mitigar.
También de aquellos que habiendo encontrado un efecto de sosiego que les posibilitaba no terminar de caer en el vacío o abismo subjetivo, se percataban que este efecto cada vez duraba menos y mayor era el retorno real. En aquellos sujetos locos, lo real del cuerpo despedazado, estallado y yendo por su cuenta, sujetos arrasados donde sólo las ruinas psíquicas se podían escuchar. Sujetos convertidos en objetos por un Otro que solamente quería su mal, su destrucción o abuso. Pero, aun así, una fuerza incoercible, acéfala, no paraba de intentarlo, llevándose paradójicamente consigo la vida física, mental y relacional de ellos.
Haré referencia sobre aquellos sujetos que se planteaban o aceptaban el ingreso como un modo de poder recuperarse del deterioro físico, recuperar algo de la relación con su familia, conseguir “saldar” las cuentas por delitos cometidos, gestionar una ayuda económica, recuperar un trabajo, pero, la renuncia a la relación con la sustancia y con el goce obtenido, de entrada, no formaban parte de su demanda.
Y, me referiré también, a lo extremo del contexto al que llegaban. Contexto institucional que no era el más acogedor para semejante destrucción.
Aun así, en ese contexto, la apuesta por un buen encuentro y el ofrecimiento de una escucha y acompañamiento, podían generar las condiciones de posibilidad de un tratamiento y conseguir algunos efectos de calma, sosiego y reequilibrio mental con su correlato social y familiar.
COMIENZO
En esta ponencia me propongo al modo de unas pinceladas, compartir acerca de mi experiencia de trabajo clínico con sujetos con un problema de adicción a sustancias grave, en el contexto de las comunidades terapéuticas para drogodependientes. Tanto de aquellas de libre acceso (en las que ingresaban por derivaciones de la red pública de atención) como también de una C.T intra penitenciaria (ingresaban de otros módulos de la prisión, a partir de su propia solicitud)
Dividiré mi ponencia en 2 partes. Una primera con algunas reflexiones teóricas, preguntas y aprendizajes durante y después del trabajo clínico en estas instituciones y, una segunda, con unas pequeñas viñetas clínicas.
- 1º PARTE
1.A- El contexto Institucional
Para contextualizar el lugar en el cual desarrollé mi trabajo, rescato un concepto y algunas características que lo definen, aunque algo “antiguo” no deja de iluminarnos a mi modo de ver a través de una descripción exhaustiva de este tipo de instituciones y los efectos en los sujetos que provocan.
El concepto es el de Institución Total de Erving Goffman. En su libro “Internados” nos dice que a la vida en general en las sociedades occidentales, la realizamos en diferentes lugares con diferentes co participantes bajo diferentes autoridades. Goffman las engloba y las separa en 3 grandes ámbitos: dormir, jugar y trabajar.
En cuanto a lo que sucede en una Institución Total, lo cito: “La Institución Total puede describirse como una ruptura de las barreras que normalmente separan estos tres ámbitos de la vida. Primeramente, todos los aspectos de la vida se desarrollan en el mismo lugar y bajo la misma autoridad. Segundo, cada etapa de la actividad diaria de la persona en una institución total se lleva a cabo en la compañía inmediata de un gran número de otros a quienes se da el mismo trato y de quienes se requiere que hagan juntos las mismas cosas. Tercero, todas las etapas de las actividades diarias están estrictamente programadas, de modo que una actividad conduce en un prefijado a la siguiente, y toda la secuencia de actividades se impone desde arriba, mediante un sistema de normas formales explícitas, y un cuerpo de funcionarios. Finalmente, las diversas actividades obligatorias se integran en un solo plan racional, deliberadamente concebido para el logro de los objetivos propios de la institución. El hecho clave de las instituciones totales consiste en el manejo de muchas necesidades humanas mediante la organización burocrática de conglomerados humanos, indivisibles- sea o no un medio necesario o efectivo de organización social, en las circunstancias dadas, De ello se derivan algunas consecuencias importantes… En las instituciones totales hay una escisión básica entre un gran grupo manejado, que adecuadamente se llama de internos, y un pequeño grupo personal supervisor. Los internos viven dentro de la institución y tiene limitados contactos con el mundo, más allá de sus cuatro paredes; el personal cumple generalmente una jornada de ocho horas, y está socialmente integrado con el mundo exterior. Cada grupo tiende a representarse al otro con rígidos estereotipos hostiles: el personal suele juzgar a los internos como crueles, taimados e indignos de confianza; los internos suelen considerar al personal petulante, despótico y mezquino. El personal tiende a sentirse superior y justo; los internos a sentirse inferiores, débiles, censurables y culpables”.i
Es decir, si ahora seguimos la estela lacaniana, una institución total es plenamente funcional a la práctica social impuesta por el discurso capitalista y tecnocientífico de la segregación. En ellas se recluye a un grupo de personas a quienes primeramente se ha identificado y es concebido de un modo homogéneo bajo un modo de goce para todos igual. El abordaje de la diferencia se hace a partir de la segregación. Es bajo el significante soy un drogodependiente que se abordan a grupos humanos que hacen uso de sustancias psicotrópicas. Las drogodependencias o toxicomanías han sido transformadas en un síntoma social forcluyendo la dimensión sujeto. Es decir, que para el abordaje de los toxicómanos se emplean las mismas técnicas basadas en una misma teoría que deja de lado las elecciones subjetivas inconscientes y los modos singulares de satisfacción que alcanza cada sujeto con esa sustancia en particular.
Sabemos que desde el psicoanálisis la drogodependencia o toxicomanía es un fenómeno que se da en sujetos con funcionamientos neuróticos, psicóticos, perversos, límites, es decir que no indica la toxicomanía una estructura, antes bien es una clínica subsidiaria de una demanda de goce frente a las emergencias de lo real, por lo tanto, el tóxico es una respuesta, arreglo, recurso o sutura frente a lo insoportable del malestar que irrumpe en cada sujeto.
Goffman, nos dice también que al ingreso en una institución de estas características es necesario el corte o desinfección de las identificaciones que traen los individuos. El efecto es una desfiguración personal a partir de despojarles de su apariencia. Todos los elementos e instrumentos que hacen a la identidad del sujeto son arrancados. Se produce un desposeimiento de aquello que configura la identidad y a cambio se asignan números, vestimenta, habitaciones, rutinas propias de la institución, genérica, produciendo una mutilación del yo.
El uso de los protocolos de admisión, de intervención en crisis, de castigos o sanciones, están reñidos en ocasiones con el respeto mínimo por los derechos humanos: celdas de aislamiento durante meses frente a comportamientos disímiles efectuados por sujetos singulares, cacheos generales de las celdas cuando se sospecha de algo o para que se acostumbren al régimen, la prohibición de salidas y de visitas de los seres cercanos durante los primeros meses (porque es necesario aislarlos del entorno del que vienen) Bajo el mismo régimen de para todos igual.
En una Institución Total, nada debe escapar a la mirada que todo debe conocer para poder controlarlo. Vigilancia para domesticar al antojo de la institución.
Las C.T funcionaban bajo un régimen muy similar. Las personas ingresaban y en la admisión se hacía un registro de datos personales, el motivo del ingreso y un cacheo integral de los enseres personales como de las personas. Se les retiraba todos los elementos personales que se prestaban a ser considerados incitadores de consumo: fotos, cartas, revistas, etc. Se les asignaba un número con el que tenían que marcar la ropa.
Convivían las 24 horas del día, haciendo las mismas actividades, bajo las directivas del equipo directivo. Y no podían salir sino a partir del 2 mes de ingresados y paulatinamente. El tiempo total de ingreso podía oscilar entre 6 y 8 meses. Momento en el cual, eran derivados a otro dispositivo convivencial, pero con menor cantidad de pacientes y con los objetivos de búsqueda de empleo, búsqueda de actividades de ocio, seguimiento en salud mental y normalización de la vida cotidiana.
Las labores educativas y terapéuticas eran obligatorias. Se debía participar en los grupos de HHSS, psicoterapéuticos, de prevención de recaídas, de higiene y autocuidados, de talleres creativos. El mantenimiento de las zonas comunes lo realizaban los mismos pacientes o usuarios, a través de la organización de grupos rotativos que se encargaban de la limpieza, la lavandería, el almacén, la comida, la administración. También había un taller de mantenimiento y de huerto y jardín que eran coordinados por técnicos.
Una vez transcurridos 2 meses, se les permitía empezar a salir algunas horas los fines de semana, salidas de la institución paulatina que solamente se iban ampliando al constatar por medio de urino-controles el no consumo de sustancias. Es decir que el tratamiento sólo se centraba en la abstinencia en el consumo. Todo giraba en torno a ello. El problema era la sustancia en sí y los sujetos debían cambiar su escala de valores y comportamiento para no consumir. Concepción que sólo redobla el sentimiento de culpa que ya sienten los sujetos, relegando cada vez más, el trabajo de subjetivación sobre el consumo de cada sujeto y que considero necesario a realizar en el inicio a un tratamiento psicoterapéutico posible de su drogodependencia y su locura.
En la CT intra penitenciaria, el tratamiento estaba supeditado a la institución macro y a la realidad penitenciaria de los sujetos. Es decir, a la condena que debían cumplir. Por lo tanto, los tiempos de estancia podían ser de 1-2 años hasta 5-6 años, momento en que pasaban a un 3º grado extra penitenciario, para realizar la reinserción social y laboral. En general volvían al domicilio familiar para realizar esta fase del tratamiento. El 3º grado iba acorde con los tiempos de la condena y con la conducta y al mantenimiento de la abstinencia que debían demostrar con urino-controles.
Por un lado, entonces, la abstinencia al consumo de sustancias y por el lado de la locura, la confrontación con la realidad. El loco debía abandonar sus certezas y avenirse a la realidad compartida. También, el tratamiento de los síntomas era por medio de psicofármacos, pero el objetivo era callar la locura, aunque eso costase grandes dosis de neurolépticos y ansiolíticos.
1.B- Preguntas clínicas
Es mi intención a partir de ahora, compartir las respuestas elaboradas (provisionales y para ese contexto) durante la experiencia, a algunas de las preguntas que permanentemente me hacía cada día de trabajo: ¿cómo tratar al loco en una institución que lo único que quiere es lograr la funcionalidad del sujeto al discurso amo?
¿Cómo hacer para tratar al loco en instituciones que sólo pretenden (desde que ingresa) arrancarle su delirio (es decir, aquello que, siguiendo a Freud, él ama como a sí mismo y que es el intento de restablecer los lazos libidinales con el Otro) por los psicofármacos o la confrontación con “la realidad” que lo embotan desnudándolo, es decir, quitándole aquello más preciado?
¿cómo hacer para tratar y acompañar al loco con las emergencias de lo real hacia un simbólico, es decir en la invención de un síntoma más digno y menos mortífero que el tratamiento de lo real por el real de la sustancia?
¿qué hacer cuando una vez cortado el consumo por estar ingresados, se manifestaban los síntomas característicos de las locuras? ¿Qué hacer con la extrañeza que suscita el encuentro con la locura? ¿Con el vacío radical que se percibe? ¿Con la indiferencia absoluta al otro? ¿Con la persecución o amor erotómano?
¿Cómo abordar en el equipo técnico multidisciplinar la angustia que se vestía de rechazo en forma de sanciones o expulsiones o tratos tan cercanos y amables que propiciaban el que todo valía? Es decir, un conjunto de experiencias en dispositivos que se mueven con un único sentido posible y al cual debe amoldarse, rebajarse, adaptarse, ¡¡curarse desde el primer momento también!!, el loco.
Respecto a esto último, creo que algunos de los motivos posibles de esto eran por la aparición del sin sentido del fuera de discurso en la relación con el loco, la ironía que lanzaban y que tocaban las contradicciones de quienes los atendíamos, también del rechazo radical a las mejores buenas intenciones que se tenían para con ellos. A que la palabra es la cosa por lo tanto del fracaso de los semblantes, al decir de Lacan. La desobediencia más absoluta, también. La constatación de una soledad que no cedía con ninguna de las intervenciones. En síntesis, podemos decir, el encuentro de los “cuerdos” con las manifestaciones de los efectos de la forclusión, en el lenguaje, el cuerpo y el ser del loco.
¿Es posible un trabajo con el sujeto, en el contexto de instituciones que funcionan en algunos aspectos como Totales y otras, directamente, como una Institución Total? ¿cómo hacer para que la institución aceptara la irrupción del sujeto, de su singularidad sin ser rechazada o sancionada? ¿Cómo hacer para tratar a la locura en un contexto donde es la locura la que debe amoldarse al contexto, borrando o prohibiendo o sancionando la emergencia de su particularidad y la singularidad de cada sujeto? ¿En un lugar donde el trato es, como referí anteriormente, homogeneizante? ¿Es posible considerar a estas instituciones y el trabajo realizado en ellas como un verdadero soporte comunitario terapéutico para estos sujetos abolidos?
1.C- Respuestas, elaboraciones y aprendizajes durante y a posteriori a la experiencia clínica
Durante esa temporada, extensa, de trabajo en CT, la labor clínica estuvo articulada con la labor de compañeros educadores, médicos, ATS, psiquiatras y otros colegas psicoanalistas.
Durante ese tiempo, además del trabajo clínico y educativo terapéutico con los sujetos, realizamos un trabajo en el propio equipo, en pequeñas dosis diarias. Poner sobre la mesa al sujeto, propició el inicio del trabajo clínico.
Descentrar el problema del consumo exclusivamente del trabajo del equipo técnico y habilitar la palabra, acciones extravagantes, excéntricas y solitarias, el sin sentido de aquello que el loco decía, posibilitado a partir de dejar en suspenso las prisas por comprender o dar una respuesta rápida, posibilitó el trabajo y la incorporación, del loco. En este objetivo, el uso de neurolépticos fue necesario porque posibilitó, en las correspondientes dosis terapéuticas según cada sujeto, apaciguar algo de la angustia para abordar mediante la palabra lo que le sucede al psicótico. Es decir que la medicación fue utilizada para habilitar la relación con su locura y la relación con los demás.
Fue necesario también, un trabajo con todos los sujetos ingresados, para intentar mejorar la convivencia entre ellos. Poder aceptarse las singularidades, dio pie a una pequeña transformación del dispositivo en terapéutico.
A partir de las reuniones periódicas para hablar de cada caso en el equipo técnico, como así también el estudio y supervisión compartidos fuera de la institución con otros analistas con más experiencia, propició las indicaciones de intervenciones por las grietas que en toda institución existen. También, poder leer cómo a partir de las invenciones de algunos sujetos locos, eran posibles los cambios en la dinámica institucional.
Con los compañeros educadores y con quienes llevaban los talleres creativos, se intentaba pensar intervenciones singulares. No todo valía para todos. El objetivo era ir instalando en las dinámicas grupales y homogeneizantes, la excepción que habitaba en cada sujeto y que era imprescindible tener en cuenta para conseguir el objetivo terapéutico.
En cuanto a la posibilidad de una psicoterapia con la locura, es decir, pensar y poner en práctica un modo de habilitar la palabra y la verdad del loco (sin dejar de tener en consideración la organización con sus grupos terapéuticos y obligaciones varias) me propuse invertir la demanda que funcionaba en la institución. Si en términos generales era el loco quien tenía que cumplir los objetivos de la institución, por lo tanto, la demanda funcionaba de la institución a los pacientes, incorporé un espacio que sólo funcionaba a demanda de los pacientes. Un folio colgado en un lugar de paso general de todos los pacientes, donde, quien quisiese, se apuntaba para hablar de manera individual. El encuadre definido era que ellos sabían que allí se iba a hablar y no serían evaluados, ni se valoraría lo que allí se dijera para conseguir objetivos por fuera de lo estrictamente terapéutico, como por ejemplo para salir. No se harían informes ni se compartiría con nadie. Era estrictamente confidencial. De ello eran informados pasados los días de ingresar en la C.T. Oferta de una presencia y escucha otra dentro de la institución.
Tanto esta escucha otra, como el dar espacio a la palabra del loco, contemplar la singularidad adecuando las intervenciones al uno por uno, por lo tanto, acoger en otro lugar al que supuestamente ya sabían que estaban conminados o exigidos a entrar, posibilitó también las estabilizaciones, encontrar suplencias, sosiego y en algunos casos el comienzo de un lazo social.
Antes de pasar con unas pequeñas viñetas clínicas, me parece importante recalcar otro aprendizaje que hice en esa temporada. A la par de lo anteriormente remarcado, es imprescindible todo un periodo previo de configuración de la transferencia con el terapeuta. Para ello me fue necesario hasta imprescindible diría, flexibilizar lo aprendido previamente. La teoría de la técnica en psicoanálisis son teorizaciones para el ámbito de la consulta privada.
En el trabajo institucional, es en la relación con los sujetos en los diferentes ámbitos de la C.T donde suelen acontecer verdaderos encuentros y se pueden realizar pequeñas intervenciones a partir del establecimiento de diversas transferencias. Ahí los sujetos se encontraban a gusto y tranquilos. Todo esto me permitió entender y poner en valor aquello que sucede en el contexto de un grupo, del momento de la comida, en una charla compartiendo un café, en un paseo, durante una actividad en el huerto. La transferencia se constituía en esos espacios y tiempos y daba pie a las intervenciones psicoterapéuticas.
DAVID GONZALO JALOM SIGAL - Psicólogo Sanitario. Psicoanalista.
i Goffman, Erving “Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales” Amorrortu/editores. Pág. 19-20.
LAS PALABRAS EN UN PSICOANÁLISIS
“¿Cambian las palabras cuando cambian de boca?”
“El libro de la hospitalidad” Edmond Jabès
Ed. Mínima Trotta
Esta pregunta del poeta Edmond Jabés (El Cairo, 1912-París, 1991), que leo una y otra vez, me evoca algo de lo que sucede en el seno de esa relación singular que se establece entre el psicoanalista y el analizante o paciente.
El psicoanalista escucha.
El paciente habla. Se dirige al psicoanalista buscando un sentido, quiere entender qué le sucede y espera encontrar respuestas.
Va contando y diciendo sobre lo que le duele, molesta, sufre. Sobre lo que le enoja y disgusta. También sobre lo que le gusta y lo que, en principio, porque no, también quiere. Habla de sus síntomas y sus malestares, con aquellas palabras de las que dispone. Con las cotidianas, con las escuchadas y proferidas diariamente y, poco a poco, en un momento dado, se da cuenta que empiezan a brotar algunas que lo sorprenden, que “parecen ser dichas por otra boca”, una boca extranjera, ajena al sí mismo que pretendía reinar cada acto y palabra. ¡Sorpresa!
Otro sentido y otra escena (inconscientes) dónde ya no es el dueño. Las palabras van cobrando otra dimensión, otro sentido por efecto del dispositivo. Por el efecto de una escucha singular.
Sentidos que se dejan escuchar y que pueden ir, paradójicamente, en contra de aquello dicho, o de aquello en lo que se estaba convencido, hace un tiempo o momento anterior.
Después de la primera sorpresa, otra. Ésta, viene acompañada con una posible mezcla de sensaciones y una primera aprehensión: aquellos sentidos que parecían inalterables y daban seguridad, a la vez causan la enfermedad y/o sufrimiento.
También acontece que, por el señalamiento o el pronunciamiento cambiando la entonación, por ejemplo, en ocasiones, del psicoanalista, de las mismas palabras dichas por el analizante, estas empiezan a sonar y resonar de otro modo… ¡El efecto de “otra boca”, aparece otra vez!
Es en este trabajo con el lenguaje y las palabras que nos habitan, que nos forman y que nos enferman, con las palabras que dicen de deseos pasados, de esos otros que nos concibieron, que se producen efectos.
Es a través del trabajo entre el psicoanalista y el paciente, que es posible un efecto de sosiego y de calma, como también de despertar al deseo...
Efecto de sentido, ese que estaba reprimido y que, al emerger, permite entender algo de aquello por lo que se padecía. Efecto de alivio, al quitarse algunas cargas que paralizaban o impedían la vida, por la emergencia del sin sentido resultante del trabajo en el dispositivo.
En fin, efectos de “la otra boca”, que posibilita que esas palabras ya no sean las que eran.
David Gonzalo Jalom Sigal
"De lo fecundo de un tropiezo, para quien se deje hablar" Conferencia en el Colegio de Psicoanálisis de Madrid. Noviembre 2025
El psicoanálisis aporta tantas cosas nuevas...
S “El psicoanálisis aporta tantas cosas nuevas, y entre ellas tantas que contradicen opiniones consabidas y sentimientos hondamente arraigados, que no puede menos que provocar oposición al comienzo. Pero si uno suspende el juicio y deja que el psicoanálisis como un todo lo impresione, quizás llegue a la convicción de que aun eso nuevo indeseado merece conocerse y es indispensable si se quiere comprender el alma y la vida de los hombres”i
El título de mi intervención alude directamente a aquellos fenómenos propios de los sujetos hablantes los que, para la psicología oficial y el discurso científico, responderían a la falta de atención, a un descuido o falta de concentración. También a la casualidad, a un error aleatorio sin causa ninguna. Pero, desde Freud, estos fenómenos son posibles de dilucidar. A través de ellos, el inconsciente se manifiesta. Donde la psicología ve casualidad, con Freud, escuchamos causalidad.
Entonces, desde Freud en adelante, afirmamos que ahí hay una manifestación del inconsciente. Tanto aquellos que abren a un pedido de análisis (el o los síntomas que aquejan al sujeto) como de aquellos que se dan en el recorrido de una cura (lapsus, olvidos, sueños y el síntoma fundamental)
Bien. Antes que nada, una premisa. Por medio de la palabra se vehiculiza tanto aquello que el yo de manera consciente quiere decir a un analista, pero también, en ese mismo acto, el sujeto del inconsciente dice mucho más de lo que quiere decir.
Es decir, en el discurso consciente e intencionado por la coherencia del sentido que quiere transmitir el yo, algo se le cuela. Y esto que emerge, el inconsciente, tiene estructura de lenguaje. O para decirlo como dice Lacan, el lenguaje es la condición del inconsciente. Sólo en los seres hablantes podemos suponer un inconsciente. Y sólo por medio del lenguaje podemos saber algo del inconsciente. Decimos que Eso habla, más allá de la intención de comunicación y transmisión del yo, en aquellos fenómenos que irrumpen, en las contradicciones, en el modo de armar y decir determinadas frases.
En una primera pincelada: algo que se produce, que aparece en el discurso, comportamiento o pensamiento del sujeto y que éste no lo esperaba, que lo divide (aunque lo reconoce como propio hay la experimentación de ajenidad, a la vez, por no saber de qué se trata), sólo es posible de ser dilucidado, explicado, aclarado, psicoanalíticamente, en lo que llamamos el dispositivo psicoanalítico.
Siguiendo a Lacan, el verdadero descubrimiento de Freud fue la invención del dispositivo: este está compuesto por un psicoanalista y un analizante que utilizan la palabra como única herramienta, de un modo particular. El analista haciendo cumplir la regla fundamental: la asociación libre del analizante o paciente (el analista la enuncia: “diga todo lo que se le venga a la cabeza. Deje de lado aquello juicios morales o estéticos de aquello que se le viene, sólo dígalo”). Y éste, el analista, escuchando e interpretando aquello inconsciente que se produce.
Del inconsciente al que me estoy refiriendo y al que tenemos en consideración en un análisis, es a ese que se “produce” en cada cura singular a partir de la entrada en el discurso psicoanalítico.
Por lo tanto, el dejarse hablar, una vez que hay entrada en análisis, es la condición de posibilidad de acercar al sujeto al inconsciente.
Es decir, hay, en ese caso, un supuesto de antemano por el propio sujeto hablante: cree en el inconsciente. Pero agrego que es una creencia efecto de una intervención del analista en que hace emerger el inconsciente. Esto es así en cada cura. Entonces el analizante sabrá que hay algo en él que no maneja, es decir inconsciente y que es posible de saber, hablándole “libremente” a un analista a quien le supone el saber de eso que él no entiende.
Hago un pequeño desvío del tema para puntuarlo, porque es importante, aunque lo veremos más intensamente el próximo curso. Dije que, por el fenómeno de hablarle a alguien a quien deposito la confianza y la suposición de saber, esto, que llamamos el primer movimiento de la transferencia, el analista sabiéndolo, no se lo cree, sino que sostiene ese lugar el que le permitirá al sujeto ir adquiriendo ese saber inconsciente que “hay” en él.
Retomo sobre este hablar libremente por parte del paciente. He puesto entre paréntesis el libremente porque, y esto lo irá constatando el propio sujeto en el trascurso de su análisis, que todo lo que dice está concatenado de una manera particular y que finalmente sabrá que es suyo y singular. Decimos que hay representaciones, según Freud, o significantes, según Lacan. El sujeto del inconsciente, y esto es a ir develando por el propio sujeto, es el que concatena de un modo particular algunos pocos significantes que determinan su vida.
Bien, cuando hablo de tropiezo lo digo en el sentido usado por Lacan, de aquellos fenómenos tomados por Freud, en que el inconsciente se manifiesta y que señalé al comienzo de mi intervención.
Circunscribo a cuando éstos acaecen en el dispositivo analítico. Dejaré de lado a aquellos que últimamente hemos escuchado de nuestros políticos, por ejemplo. Que, por cierto, podemos reírnos un rato, por no llorar…. Sigo, digo de aquellos que el sujeto refiere a lo que en su vida no funciona, es decir el síntoma (como vimos durante el curso pasado) pero también a aquellos actos que se producen dentro del mismo marco, dentro de esa relación que se establece entre analista y analizante: lapsus, olvidos de palabras o cosas y sueños.
Si bien todos estos son tomados por Freud y a partir de ahí en el psicoanálisis, como formaciones del inconsciente, hay una diferencia fundamental entre el síntoma y todos los demás. Me refiero a la durabilidad. El síntoma se mantiene en el tiempo y no cambia, se repite. Digamos que el sujeto tropieza siempre con lo mismo, en cambio los otros son tropiezos en el momento y no se mantienen. Efímeros. Sabemos que, por ejemplo, tenemos un sueño y este con el correr de las horas, el recuerdo se hace borroso y partes caen en el olvido o todo él. Un lapsus, es instantáneo, luego, imposible de repetir.
Para el analizante: ¿qué tendría de fecundo, productivo, tropiezos de esta índole? Equivocarse al querer decir una cosa y “salirle” la contraria u otra. ¿Y? U olvidarse de pagar al terminar la sesión. Olvidarse de palabras que el sujeto sabe que quiere decir y son importantes y le asaltan otras. Recordar determinada cuestión pero que sabe que, después de analizarlo, resulta que encubría aquello que la persona quería no saber nada. O de aquellos errores de escritura.
Adelanto la respuesta que espero se pueda entender en el trascurso de mi intervención: no hay nada de una promesa de éxito o resultados terapéuticos directos dilucidando a los mismos. En psicoanálisis de lo que se trata es de una ganancia epistémica. Es decir, de la producción de un saber. Saber de una verdad subjetiva que, en una primera vuelta de análisis con el analista, el sujeto obtiene a través de los diversos tipos de intervenciones del analista que funcionan como interpretación. Interpretación que deja abierto al sinsentido del tropiezo.
Estos actos escapan a la volición y decisión consciente de la persona. Resultan ser una perturbación pasajera y momentánea de una acción que solemos hacer de una manera “correcta” en general y que podamos reconocer lo incorrecto de ello.
Freud afirmará y sostendrá que estos actos tienen un determinismo psíquico. Un determinismo inconsciente. “Si a ciertas insuficiencias de nuestras operaciones psíquicas – cuyo carácter común precisaremos enseguida- y a ciertos desempeños que parecen desprovistos de propósito se les aplica el procedimiento de indagación psicoanalítica, demuestran estar bien motivados y determinados por unos motivos no consabidos a la conciencia”ii
En el texto “Psicopatología de la vida cotidiana” hay innumerables ejemplos personales de Freud, donde realiza un análisis exhaustivo de estos fenómenos. Algunos son graciosos, otros no tanto, pero lo fundamental y Freud lo sostendrá hasta el final, es que ahí se manifiesta el inconsciente. Sale a la luz una verdad subjetiva, un deseo inconsciente, que por motivos en general morales o que implican una contradicción y conflicto para el sujeto, este permanece reprimido, por lo tanto, no reconocidos ni ubicados en su historia.
Quiero detenerme un poco en la característica de estos fenómenos inconscientes. Si bien todos pueden ser tomados por irrelevantes, nimios o como un error cualquiera por el propio sujeto, es la pregunta del sujeto por esta sutileza, por donde sería posible adquirir un saber.
Quiero recalcar y subrayar el carácter sutil que hay en un lapsus, en el olvido de un nombre, en un acto fallido. En la sutileza, como dice Freud, de la acción fallida hay un propósito que se alcanza. Hay un acto logrado. ¿Qué propósito se alcanza? ¿Qué se logra? La manifestación del inconsciente. ¿Y qué cuestiones son inconscientes o del inconsciente?
Ya para ir acabando os recomiendo, además de las lecturas de Psicopatología de la vida cotidiana”, “El chiste y su relación con el inconsciente”, un texto cortito, del análisis que hace Freud de un error suyo en la escritura. Se llama, y creo que no por nada lo titula así: “La sutileza de un acto fallido” Es un texto de 1935, de los últimos escritos por él.
Las cuestiones que me han suscitado este texto, las quiero compartir.
- Freud es escueto y va al grano. No parece necesitar grandes asociaciones sobre lo que le hace hablar ese error.
- En ese error en la escritura o acto fallido, se detiene e indaga. En un primer análisis nos dice que en la nota que le está escribiendo en la tarjeta, como parte del regalo de una gema a una amiga, por no repetir la misma palabra, pone otra, pero que desentona con el texto que escribe.
Hace un análisis sobre la sintaxis, la cual es evidente que refleja el error. Trabaja sobre la homofonía de las palabras y eso le lleva a entender que la palabra que usa ha de leerla en otro idioma que el alemán y es por dónde atrapa el sentido del error. La palabra bis, que significa otra vez, es puesta inconscientemente para señalar que en realidad está regalándole otra vez un regalo parecido, a su amiga, y que eso no queda bien. Es decir, el error del acto fallido, aparentemente lo advierte de esto, para que no lo haga en la realidad. No regalarle lo mismo.
La cuestión es que con este error Freud busca un motivo para no regalarle la gema. Hay una objeción inconsciente a hacer ese regalo. Y dice Freud que en realidad lo que él no quiere, es desprenderse de la gema que a él le gusta mucho.
Y nos dice en relación con este acto fallido: “acaso una dificultad estética en reemplazo de un conflicto pulsional”iii
Lo que el acto fallido le hace asociar a Freud es la búsqueda de un sentido. Él indaga en esa sutileza. Del aparente problema estético, en un primer análisis, lo lleva directamente a un conflicto entre el deber de hacer algo y el no querer hacerlo, para luego, directamente, aludir a una satisfacción pulsional que se juega de modo desfigurado y encubierto.
El saber al que se acerca el sujeto Freud, a través del análisis de ese acto inconsciente y sutil, es a su posición de goce, diríamos a partir de Lacan. Hay algo de una satisfacción pulsional y de una renuncia a ese goce en pos de esa amistad.
Producto, este saber, que acerca a un sujeto a aquello que hay de inamovible e invariante y que, antes de un análisis, lo condiciona. Pero, a través del trabajo de análisis y elaboración, podrá ir variando su posición de sujeto en relación con eso. Sobria ganancia de saber, pero que le deparará mayores márgenes de acción.
Bibliografía.
Freud, Sigmund. “Psicopatología de la vida cotidiana (1901)” Tomo VI. Obras Completas. Amorrortu Editores.
Freud, Sigmund. “Conferencias de Introducción al psicoanálisis. Partes I y II (1915-1916). Tomo XV. Obras completas. Amorrortu Editores.
Freud, Sigmund. “La sutileza de un acto fallido (1935)” Tomo XXII. Obras Completas. Amorrortu Editores.
Freud, Sigmund. “Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis (1940 [1938])” Tomo XXIII. Obras Completas. Amorrortu Editores.
Lacan, Jacques. “Televisión”. Otros Escritos. Editorial Paidós.
i Freud, Sigmund. “Prólogo a la traducción en hebreo [1930] en Conferencias de Introducción al psicoanálisis”. Tomo XV. Obras completas. Amorrortu Editores.
ii Freud, Sigmund. “Psicopatología de la vida cotidiana” Cap.XII. Tomo VI. Obras completas. Amorrortu Editores.
iii Freud, Sigmund. “La sutileza de un acto fallido” Tomo XXII. Obras completas. Amorrortu Editores.